martes, 27 de julio de 2010

Lo inesperado


La vida da tantas vueltas y nos lleva por tantos lugares insospechados, que a veces sólo nos queda dejarla fluir.

Este fin de semana iba a ser de turismo, como teníamos planeado. El Salar de Uyuni nos esperaba, algo más allá de Oruro. Blanco y frío, con el cielo y el agua de un azul maravilloso.

Cuando llegamos a la ciudad, no sabíamos aún que nuestros planes se iban a cambiar por otros bien diferentes, pero que nos iban a dejar más huella.

Oruro no es grande, no es rica, es muy fría, mucho... las noches son hasta dolorosas, mientras que en las mañanas, el cielo es más azul de lo que nunca vimos y el sol abrasa hasta quemar. El Hogar de acogida para niñas "Penny" es una casa enorme, de finales de 1800, estructurada para dar cabida a muchachas huérfanas o abandonadas en las circunstancias más diversas. Allí, las Hermanas del Amor de Dios llevan trabajando mucho tiempo, aguantando el frío y los cambios con una sonrisa.

La Hermana Beatriz fue la encargada esta vez de acogernos y cuidar de nosotros, una mujer igualmente fuerte y serena, como todas las hermanas que llevamos conociendo en este país. Se ha de tener una madera especial para trabajar como trabajan. Ella fue la que nos convenció de la imposibilidad del viaje a Uyuni... ¡8 horas de viaje!. Y sólo hay movilidad nocturna. Imposible en un solo fin de semana.

Se ofreció para mostrarnos otras cosas de la ciudad, y fue un acierto: la Catedral, con la Virgen del Socavón, y el mismo Socavón, parte de una mina, hoy cegada por ese lado, que se ha reconvertido en museo y recuerdo de todas aquellas personas que vivieron y murieron para hacer de Oruro un centro minero importante en la zona.

Tiendas de bordados para trajes de disfraces, mercado, el pueblo minero de Huanuni, que nos impactó... lugares que encontramos en nuestro camino y de los que aprendimos.

Sin embargo, lo que nos ha quedado dentro ha sido el trato con las niñas del Hogar. Sus historias son duras, oscuras, no es lugar éste para relatar realidades que no imaginamos jamás para nuestros hijos. Sus rostros, sus miradas, el modo en que nos acogieron, sobre todo el trato con Julio, en el que vieron lo más parecido a un padre cariñoso que no tienen.

Sus risas y el calor de sus manos... nos dejaron huella, sin duda. Les gusta hablar de fútbol, son presumidas, tienen problemas, pero ese día los dejaron atrás para hacernos interminables preguntas y colgarse de nosotros. Cuando nos tuvimos que ir, dejamos atrás mucho más que niñas... dejamos vidas que en un momento u otro se truncaron y ahora sólo esperan algo que les devuelva el color. A algunas seguro que les llega. A otras, no se sabe, sólo esperamos que todas tengan su lugar en el mundo.

Nunca sabes cuál es el viaje definitivo. Por eso, hay que aceptarlos todos.

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