miércoles, 14 de julio de 2010

Trabajo

Horarios cambiados, costumbres distintas, comidas a deshoras (según nuestras costumbres, claro)... son cosas a las que uno ha de acostumbrarse trabajando en otro continente. Sin embargo, no cuesta nada cuando se está tan a gusto con lo que se hace.

Hoy empezamos a pleno rendimiento: Julio con los chicos mayores y la cocina, Raquel con los medianos y yo con los más pequeños. Por la tarde, ella y yo intercambiamos papeles, de manera que hemos trabajado con la mayoría de los chicos.

Hay problemáticas diversas en el centro: la mayoría de los muchachos provienen de familias con una desestructura importante, o donde el alcohol es el protagonista. Abandonos familiares, desnutrición... aún así, son agradables, sonrientes, con ganas de tratarnos.
Nos llenan de preguntas, quieren saberlo todo. Nos piden ayuda y pasamos momentos muy agradables compartiendo el tiempo y los conocimientos...
Mi debilidad personal son los pequeños. No les cuesta nada darte cariño, devolverte el que les das, pegarse al pantalón y preguntar mil y una cosa.

Cada uno de nosotros creo que ya tiene claro cuál es su lugar aquí, aunque nos ayudamos y nos intercambiamos roles de vez en cuando. Contamos con nuestro tiempo libre para contactar con familia y amigos y también tenemos la suficiente libertad para desarrollar momentos personales. Es algo que agradecemos a las Hermanas, aparte de su trato maravilloso y de su cariño incondicional, por supuesto.

Me gusta mirar las montañas cuando se pone el sol. Me gusta ver la Cruz el Sur cuando aparecen las estrellas... la luna empieza su cuarto creciente y espero ansiosa verla plena desde estas tierras. Como me siento yo misma.

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